viernes, 7 de febrero de 2020

¿DEPORTE?¿YO?

Toda la vida me habían dicho que me iría bien hacer deporte. Que si para la espalda primero, que si para reforzar las rodillas después, que si para mantener la ansiedad a raya y subir el ánimo, que si para prevenir la osteoporosis o la osteopenia consiguiente a la toma de corticoides...
Nunca he sido una persona deportista. Lo máximo que hice cuando era pequeña fue Jazz. Bailar era de lo poco que se me da medio bien. Mi padre no me llevaba al parque para que no me hiciera daño. Eso hizo que me perdiera explorar muchas de mis posibilidades físicas. 
Caminar sí que me gusta pero no era suficiente. Me apuntaba al gimnasio, iba tres días y quinientos no. Nunca llegué a tener constancia. Con la llegada de la fatiga crónica aún fue peor. Y es que, primero, me aburría y cansaba enormemente a partes casi iguales y segundo, el médico me metió tal miedo en el cuerpo que cada vez hacía menos. El año pasado lo volví a intentar. Le perdí el miedo a los síntomas pero casi siempre encontraba alguna excusa y ooooootra vez el eterno estar apuntada al gimnasio y ya.
En octubre me puse firme y gracias a un buen consejo empecé de nuevo pero con un entrenador. Tenía que ir sí o sí. No había excusa. Mi cuerpo se reveló los tres primeros meses al empezar a reconducir mi postura tortuguil. Debió pensar :" ¿En serio pretendes, después de casi 45 años que yo salga de mi zona de confort? Debes estar de coña..." Confort, por llamarlo de alguna manera porque no era naaaada confortable, pero ya se sabe el vicio que tenemos de pensar aquello de "más vale malo conocido que bueno por conocer". Y no me rendí. A pesar del "run run" del miedo susurrándome a veces: "¿Qué pretendes a estas alturas? No lo vas a conseguir" conseguí que mi voz interior (¿no habéis oído nunca la vuestra? Tranquis no estáis locos, lo que pasa es que a menudo la ignoramos por no molestarnos en cambiar las cosas o qué se yo) levantara la voz y dijera que sí. Que no pensaba rendirme. 

Y llegó el momento de empezar a ir sola además del día que voy con el entrenador. Hábito que me sigue costando un esfuerzo por varias razones. Primero porque el deporte sigue sin entusiasmarme, segundo porque sola en la sala me siento como un pulpo en un garaje. Me siento observada (lo más probable es que no me mire nadie, paranoia pura) y me siento ridícula levantando mancuernas de 1 kilo al lado de un tío cachas levantando 100. Cabe decir que ya he aumentado a 2 kilos. Estoy que lo peto. Ejem...
Pero conseguir mantener el hábito de ir a pesar de la pereza, la borrasca Gloria, el malestar a veces y la vergüenza, me ha puesto un espejo delante con la imagen de otra yo que estaba escondida detrás de la tortuga. Como me dijo alguien muy sabia e inteligente a la que quiero un motón....colocar mi cuerpo donde debe estar, ha resituado a esa Mar que también debía estar.
Así que, puedo decir oficialmente que el deporte, o más bien un deporte adaptado y pensado por mi queridísimo ( a veces no le quiero tanto, sobre todo al día siguiente) entrenador para mí, está haciendo mucho por mí. Tengo más resistencia física y he conocido músculos que ni sabía que existían. Voy avanzando y mejorando. Estoy cambiando el miedo por el reto, las excusas por decisiones, la fragilidad por fortaleza, la evitación por la adaptación a lo que mi cuerpo necesita...porque noto y siento que es bueno para mí, que me conviene, me ayuda en muchos aspectos y me empodera. Y me quiero más. Y eso, no os lo negaré, mola y mucho.
Además, voy generalmente a la hora de los jubilados. Eso me convierte casi en un yogurín...Ah, que no cuela...había que intentarlo.
Me alucinan. Tienen más marcha que muchos jóvenes y admiro sus ganas por seguir estando en forma y saludables. Espero alcanzarlos y mantener el hábito. Mi hijo me dijo el otro día que está orgulloso de mí. Que siempre decía que iría al gimnasio pero nunca cumplía y ahora lo había conseguido. Luego me dijo que me sigue colgando el trasero, qué majo, aunque bueno....es la realidad, no puedo negarlo y ya casi no lo escondo. Pero sobre todo, yo me siento orgullosa de lo que estoy consiguiendo y nunca pensé que lo lograría. Así que, seguimos para Bingo. La tortuga va quedando atrás. Diría que ha salido de su caparazón. No es una liebre pero tampoco está nada mal. Y tampoco tiene prisa porque ya va sabiendo hacia dónde va y eso...es medalla segura en cualquier olimpiada de vida que se precie.

Calvin & Hobbes by Bill Watterson


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