martes, 28 de mayo de 2019

Un beso y una flor

Buenas a tod@s!!

Este viernes hará ya dos años que mi padre se fue, como diría @lavecinarubia (gran instagrammer), al arco iris de los padres.

Dos años parece mucho tiempo pero cuando de perder a alguien se trata, parecen dos meses.
Mi padre no era una persona especialmente comunicativa y mucho menos positiva, más bien lo contrario. Era cabezota, exigente, pesimista y muy miedoso y casi todo lo expresaba con cara de enfadado. Y es que llevaba una mochila considerable desde su infancia.

Él no encontró la manera de cambiar la perspectiva de las cosas que le habían pasado o le  pasaban. Creció sin que le permitieran expresar lo que sentía o necesitaba. A pesar de eso, los que lo conocíamos y queríamos, sabíamos que era una persona muy sensible aunque no supiera gestionar ni expresar sus emociones. Fue creativo en un entorno en el que la creatividad estaba mal vista y no pudo expresarla.

Dibujaba como los ángeles. Tenía curiosidad por las cosas hasta que la pena  y la autoexigencia exagerada ahogaron esa curiosidad. Adoraba la naturaleza y le gustaba escribir.
Recuerdo sus bromas cuando era pequeña y el orgullo por sus nietos. Recuerdo sus ojos azules (que solo heredó mi sobrina mayor) y sus silbidos. Recuerdo la música que ponía en el coche...aquella cinta de casette de Nino Bravo y las instrumentales de Paul Mauriat.

Cuando murió, llevábamos mucho tiempo insistiendo en todas las cosas que debía hacer y que no hacía, y nos enfadábamos con él, debido a la impotencia que nos causaba  ver cómo había tirado la toalla. Pero mi hijo me hizo recordar en un momento las cosas buenas. Las que había olvidado. Adoraba a su abuelo y fue una gran pérdida para él pero pudo hacer un buen duelo. Le escribió una carta con una foto de ellos dos jugando y se la dejó en el féretro;  quiso verlo y lo vio. Se despidió de él. En resumidas cuentas, hizo lo que necesitó hacer y mostró una madurez aplastante frente a la muerte que muchos adultos no tienen. Y lo más importante, como os comentaba, me recordó la parte genial que yo adoraba de él y que había olvidado.  Al fin y al cabo, soy quien soy en gran parte gracias a mi padre. Su creatividad, su sensibilidad, su amor por la naturaleza, las bromas...las cosas que no me gustaban tanto y que yo había aprendido e interiorizado he decidido trabajarlas, cambiar la perspectiva, quedarme con lo bueno.

Cuando estaba en urgencias en sus últimos momentos, pasó por el pasillo una mariposa. Una mariposa pequeña, marrón, discreta... Cada vez que veo una pienso en él y eso me parece precioso y me alegra. También los eucaliptus me lo recuerdan y los calamarcitos a la plancha (le encantaba comer). Aún hoy, cuando se me acerca alguien que lleva la misma colonia que él usaba se me hace un nudo en la garganta pero sonrío porque lo recuerdo.

Era mi padre, aquel que me subía a sus pies cuando era pequeña y tocaba la guitarra en mi barriga.
Y lo echo de menos aunque en los últimos años no sonriera mucho.

Un beso y una flor.



Calvin & Hobbes de Bill Waterson