jueves, 27 de febrero de 2020

CREER EN TÍ

Aquí estoy, comiéndome un trocito de chocolate negro con sal. Me lo he ganado.
Hoy he hecho un buen entreno, de aquellos en los que por un momento piensas:"No voy a poder, mi ombligo no puede ir más adentro y me tiembla todo" pero de repente algo dentro de ti te dice: "¿Que no? No ni ná!!!!" Y de algún lugar sacas aquella mala leche que te empuja pero desde el valor y el amor a tí, no desde el cabreo.
Ya os comenté hace poquito lo que el deporte bien adaptado a mí me estaba suponiendo tanto a nivel físico como emocional y mental.
Cuando haces procesos personales a fondo, estos suelen ser largos, duros, desconcertantes, difíciles, nunca lineales, pero también muy estimulantes y gratificantes. Así, todo mezclado en un mismo día o semana o mes...a lo loco. Una de las cosas que tenía aparcadas, enterradas, olvidadas o quizás escondidas, no lo sé muy bien, era mi parte intelectual. Cuando trabajaba nunca dejé de hacer formación continuada, me gustaba estar al día, saber más para poder ser mejor profesional y porque siempre me ha gustado aprender (que no estudiar...lo sé, una gran paradoja).

Dejar mi vida laboral dio paso al mundo manualidades, lectura, y talleres artísticos. Bien. Nada de malo. Era lo que me apetecía en ese momento. Creo firmemente que trabajar nuestra creatividad es vital como seres humanos y creo que todos deberíamos hacerlo de alguna manera. Ayuda a conectar con nuestra sensibilidad, nuestras emociones y te ayuda a ser creativo frente a los problemas entre otras muuuuchas virtudes. Pues bien, poco a poco y al ir sintiéndome algo más fuerte a nivel físico y emocional se me despertó aquella inquietud intelectual que siempre había tenido. Pero ah, amig@s...entonces me di cuenta de que estaba "cagada" de miedo (perdón por la expresión...ya sabéis que soy de tacos), que no me sentía capaz, que no iba a hacerlo bien y realmente, no me sentía inteligente....La verdad es que nunca me he considerado especialmente inteligente...¿Para qué mentir? La frase de mi padre, con toda su buena voluntad cuando le enseñaba algo que había hecho era: "No está mal". Y esa frase la llevo tatuada en mi cerebro. Se convirtió en una de esas creencias que parecen escritas en piedra sagrada y que yo traduje sin ser consciente en :" No soy suficiente". Él lo hacía desde su exigencia hacia él mismo y hacia los demás e imagino que para espolearme a hacerlo mejor pero yo lo leí a mi manera de niña insegura. Y a menudo  "me peleo" con esa niña. Pues bien, hace dos semanas empecé un curso online de cinco semanas sobre gestión y transformación de conflictos. Siempre me han dado mucho miedo los conflictos y me pareció muy interesante. Estuve a punto de no apuntarme por miedo (¿He dicho miedo dos veces en dos frases seguidas? Ejem...). Primero me puse excusas...Que si no tengo tiempo, que si no me apetece....hasta que mi parte adulta y algo más segura dio un golpe sobre mi mesa de control mental y dijo (me la imagino con gafas de pasta, cara de mala ostia mirándome como me miraba mi padre cuando se cabreaba):" Lo que tienes es miedo de no ser capaz, de sentirte inútil, de no estar a la altura....¿A la altura de qué o de quién? Dale al botón de inscribirse y ponte las pilas de una p*** vez" (perdón por los asteriscos). Y me inscribí. Después de casi dos semanas con el curso, contra todo pronóstico, me he sabido organizar, he participado en el foro de discusión y aunque me da un poco de corte decirlo en voz alta, no lo he hecho mal a la hora de hacer propuestas en algún ejercicio. Me he visto leyendo, releyendo y subrayando y luego resumiendo, sintiendo que a mi mente le costaba ponerse en marcha, sintiéndome tonta, sí... y cuando exponía mis opiniones en el foro lo hacía nerviosa...la ya por todos conocida falta de confianza, esa gran y molesta compañera que a menudo me acompaña. Pero lo estoy haciendo. Y de repente me doy cuenta de cómo necesito que la gente a la que quiero y/o me importa  me diga que lo hago bien, que se sienten orgullosos de mí, y pienso en la importancia de cambiar las palabras "necesito que me digan" por "me gusta que me digan", y sobre todo me hago consciente de que en realidad la historia verdaderamente importante es que YO sea capaz de mirarme a los ojos y decirme: "Estoy orgullosa de ti". Decirle adiós a la tentación del victimismo. Y, joder, qué difícil resulta cuando te das cuenta que pocas veces has creído en ti. Es momento de sentarme a hablar de nuevo cara a cara con esa niña insegura, y como en la peli "Men in black" desmemorizarla para que olvide aquella frase...y escribir en su lugar: "Eres suficiente, eres capaz, estoy orgullosa de ti, CREE EN TÍ". Abrazarla fuerte y comernos un trozo de chocolate mientras nos reímos a carcajadas, estiradas en un prado con la brisa y el sol en la cara, de aquella vez que haciendo una payasada hicimos el ridículo. Está bien que te quieran y es necesario pero primero hay que quererse a uno mismo con sus luces y sus sombras. Con tu niña insegura y tu adulta con gafas de pasta y tus líos mentales. Yo estoy en ello. Mola que te digan lo que vales (podéis regalarme los oídos si os apetece jajaja) pero mola más aún cuando eres capaz de decírtelo a ti mism@.
¿Y tú, crees en ti?


Calvin & Hobbes de Bill Watterson

jueves, 20 de febrero de 2020

CARNAVAL, CARNAVAL...

Ya estamos en Carnaval.
Recuerdo que cuando era pequeña tenía una caja con faldas y pañuelos y siempre iba disfrazada...recuerdo una falda en particular, azul marino, larga con un volante y con un estampado de flores pequeñitas. Esa falda junto con un chal de raso rojo con flecos era mi atuendo favorito. Cuando me vestía así cantaba "María de la O".... sí, todos tenemos un pasado, ejem. La vena farandulera la llevo de serie, ¿para qué negarlo? Y eso que tengo un sentido del ridículo bastante acuciado. No volví a cantar esa copla hasta años después a 40 de fiebre en el hospital. Mira si era farandulera que en vez de delirar cantaba coplas. Menudo cuadro...
A menudo me pueden las ganas de farandulear y vencía y venzo (a veces) mi sentido del ridículo. No por nada hice teatro amateur durante casi 17 años (con un descanso de 4 entre medio).
Durante muchos años, de pequeña y de adolescente algunas personas me decían que era una payasa y sin darme cuenta eso fue haciendo mella y lo asocié a algo negativo, con lo cual cuando siento que destaco o que estoy haciendo demasiada broma me siento algo ridícula,  como si estuviera fuera de lugar. Aprendí un poco a esconderme, a no destacar.
Mi hijo, ese ser que empieza a estar preadolescente que a menudo me vuelve un poco loca y puso y pone mi mundo patas arriba, hasta hace un par de años iba todo el día disfrazado por casa. También tenía su caja llena de disfraces, telas, pañuelos y complementos varios. Casi cada año para carnaval hemos hecho su disfraz en casa e incluso hemos participado en algunos concursos familiares en las fiestas del cole. También ha salido farandulero. Primero se mostraba (y se sigue mostrando) solo en casa. Es un niño que también tiene un gran sentido del ridículo, por lo menos hasta ahora. O eso creía yo...porque por algunos comentarios de compañeros o padres de los mismos o algún amigo nuestro, parece ser que es "el alma de la fiesta". Cuando algunos padres te dicen: " Me parto con tu hijo", me entra una sensación ambigua que se mueve entre el orgullo y la vergüenza, pensando en si hará alguna broma inadecuada o meterá la pata o hará el ridículo y alguien se reirá de él como alguna vez se habían reído de mí....
Hoy tocaba ir con disfraz libre al cole. Decidió ir de plátano, así que este año hemos comprado el traje. Pues esta mañana, ni corto ni perezoso, se ha plantado su disfraz encima del abrigo y ha salido la mar de estupendo. Cuando nos hemos separado (a veces hace un pequeño trozo del camino solo) lo he visto caminar vestido de plátano y se me ha encogido el estómago por si pasaba vergüenza. Pero he pensado: "Ole tú, porque aunque te dé vergüenza no te estás escondiendo".

Mi pequeño preadolescente tiene ideas y personalidad propia, ¡vaya si las tiene! Mis litros de tinta he sudado y sudo "gracias" a esa personalidad. Y a veces me sorprendo haciendo algún comentario del tipo : "Pero ¿seguro que quieres ir así por la calle? Piensa que vas solo..." Y en seguida me doy cuenta de que ese miedo es mío y no de él y me alegro de su cabezonería y que haga caso omiso de mi comentario (en otros momentos, muuuuuchos momentos, lo del caso omiso es causa de conflictos domésticos...seguro que os imagináis más de uno.)
Mañana harán la Rúa del colegio, y como cada año desde que ya no trabajo allí, disfrutaré viendo a los peques y no tan peques con sus disfraces y asomará una lagrimita porque echo mucho de menos esas fiestas. Era una locura pero me lo pasaba en grande. Y echaré de menos disfrazarme, compartir esa fiesta y esa locura con mis compañera@s, sobre todo mis compañeras del Ciclo de Infantil, con las que reí, lloré, curré y compartí tantas horas, tantas historias y tantas experiencias. Aix chicas....¡cómo os extraño!
Y pensaré cuántos años más mi pollo, que ya es pichón, querrá disfrazarse antes de que llegue a ser pavo...

viernes, 7 de febrero de 2020

¿DEPORTE?¿YO?

Toda la vida me habían dicho que me iría bien hacer deporte. Que si para la espalda primero, que si para reforzar las rodillas después, que si para mantener la ansiedad a raya y subir el ánimo, que si para prevenir la osteoporosis o la osteopenia consiguiente a la toma de corticoides...
Nunca he sido una persona deportista. Lo máximo que hice cuando era pequeña fue Jazz. Bailar era de lo poco que se me da medio bien. Mi padre no me llevaba al parque para que no me hiciera daño. Eso hizo que me perdiera explorar muchas de mis posibilidades físicas. 
Caminar sí que me gusta pero no era suficiente. Me apuntaba al gimnasio, iba tres días y quinientos no. Nunca llegué a tener constancia. Con la llegada de la fatiga crónica aún fue peor. Y es que, primero, me aburría y cansaba enormemente a partes casi iguales y segundo, el médico me metió tal miedo en el cuerpo que cada vez hacía menos. El año pasado lo volví a intentar. Le perdí el miedo a los síntomas pero casi siempre encontraba alguna excusa y ooooootra vez el eterno estar apuntada al gimnasio y ya.
En octubre me puse firme y gracias a un buen consejo empecé de nuevo pero con un entrenador. Tenía que ir sí o sí. No había excusa. Mi cuerpo se reveló los tres primeros meses al empezar a reconducir mi postura tortuguil. Debió pensar :" ¿En serio pretendes, después de casi 45 años que yo salga de mi zona de confort? Debes estar de coña..." Confort, por llamarlo de alguna manera porque no era naaaada confortable, pero ya se sabe el vicio que tenemos de pensar aquello de "más vale malo conocido que bueno por conocer". Y no me rendí. A pesar del "run run" del miedo susurrándome a veces: "¿Qué pretendes a estas alturas? No lo vas a conseguir" conseguí que mi voz interior (¿no habéis oído nunca la vuestra? Tranquis no estáis locos, lo que pasa es que a menudo la ignoramos por no molestarnos en cambiar las cosas o qué se yo) levantara la voz y dijera que sí. Que no pensaba rendirme. 

Y llegó el momento de empezar a ir sola además del día que voy con el entrenador. Hábito que me sigue costando un esfuerzo por varias razones. Primero porque el deporte sigue sin entusiasmarme, segundo porque sola en la sala me siento como un pulpo en un garaje. Me siento observada (lo más probable es que no me mire nadie, paranoia pura) y me siento ridícula levantando mancuernas de 1 kilo al lado de un tío cachas levantando 100. Cabe decir que ya he aumentado a 2 kilos. Estoy que lo peto. Ejem...
Pero conseguir mantener el hábito de ir a pesar de la pereza, la borrasca Gloria, el malestar a veces y la vergüenza, me ha puesto un espejo delante con la imagen de otra yo que estaba escondida detrás de la tortuga. Como me dijo alguien muy sabia e inteligente a la que quiero un motón....colocar mi cuerpo donde debe estar, ha resituado a esa Mar que también debía estar.
Así que, puedo decir oficialmente que el deporte, o más bien un deporte adaptado y pensado por mi queridísimo ( a veces no le quiero tanto, sobre todo al día siguiente) entrenador para mí, está haciendo mucho por mí. Tengo más resistencia física y he conocido músculos que ni sabía que existían. Voy avanzando y mejorando. Estoy cambiando el miedo por el reto, las excusas por decisiones, la fragilidad por fortaleza, la evitación por la adaptación a lo que mi cuerpo necesita...porque noto y siento que es bueno para mí, que me conviene, me ayuda en muchos aspectos y me empodera. Y me quiero más. Y eso, no os lo negaré, mola y mucho.
Además, voy generalmente a la hora de los jubilados. Eso me convierte casi en un yogurín...Ah, que no cuela...había que intentarlo.
Me alucinan. Tienen más marcha que muchos jóvenes y admiro sus ganas por seguir estando en forma y saludables. Espero alcanzarlos y mantener el hábito. Mi hijo me dijo el otro día que está orgulloso de mí. Que siempre decía que iría al gimnasio pero nunca cumplía y ahora lo había conseguido. Luego me dijo que me sigue colgando el trasero, qué majo, aunque bueno....es la realidad, no puedo negarlo y ya casi no lo escondo. Pero sobre todo, yo me siento orgullosa de lo que estoy consiguiendo y nunca pensé que lo lograría. Así que, seguimos para Bingo. La tortuga va quedando atrás. Diría que ha salido de su caparazón. No es una liebre pero tampoco está nada mal. Y tampoco tiene prisa porque ya va sabiendo hacia dónde va y eso...es medalla segura en cualquier olimpiada de vida que se precie.

Calvin & Hobbes by Bill Watterson