miércoles, 19 de junio de 2019

MIEDO, TENGO MIEDO

El otro día un amigo me propuso hablar sobre los miedos que superamos y me pareció buena idea.
De hecho él y yo compartimos algún miedo. Hace un par de semanas superamos uno, o por lo menos lo miramos a la cara.

El miedo...ese gran compañero de vida. No lo llamaremos exactamente "amigo", ¿verdad?. Y es que es nuestro compañero porque en muchos momentos, si miramos a nuestro lado (y aunque no miremos también) ahí está, pegadito a nosotros con esa sonrisa de: "Hola, ¿Qué tal, pensabas que no estaría aquí?" Y es que el miedo, una de nuestras emociones básicas, es necesario para vivir. Sí, damas y caballeros. Es necesario. Molesto a menudo y necesario casi siempre. El miedo nos alerta, nos puede ayudar a evitar un daño, un peligro o incluso salvar la vida. Pero también nos puede paralizar cuando menos lo queremos. Entonces queremos deshacernos de él, ¡y ahí está el gran error!
El miedo no se puede desechar (ni se debe).

Es curioso pero últimamente me estoy dedicando a enfrentarme a algunos de mis miedos.
Nunca es tarde para aprender y saltar algunas vallas. La cuestión es que estoy aprendiendo que el miedo se enfrenta exponiéndote a él. No lo echas de tu lado. Le dices, con la misma sonrisa y mirada que él te dedica: "Hola ¿Qué tal, miedo? Ya sé que no te vas a ir pero sabes, voy a seguir con esto".
"Esto" puede ser, subirse a un puente teniendo vértigo (no muy alto, tampoco se trata de sufrir un infarto. Exposiciones y objetivos pequeño y alcanzables). ¿Verdad, Filomena? Este fue un logro hace dos semanas. Con las piernas flojas y, permitidme la expresión, el culillo apretado...¡pero lo hicimos!
Y qué sensación más fantástica tienes después...

A menudo estamos asustados de lo desconocido, de situaciones que no podemos controlar y nos montamos unas pelis que ni el mismo Spielberg, esperando lo peor de lo peor y luego resulta que no es ni la mitad de lo que nos habíamos imaginado. Ahí el miedo se lo pasa en grande a nuestra costa.

Mi hijo también tiene sus miedos y hace poco hice una  reflexión: "¿Con qué cara le digo yo a mi pollo que afronte sus miedos si yo no afronto los míos?" Así que en breve afronto uno de los temores que me reconcome en los últimos años...conducir. He puesto manos a la obra y me van a ayudar con el tema. Para quien le interese, el RACC tiene un programa de reciclaje para personas con amaxofobia (así se llama el miedo a conducir...y yo soy amaxofóbica perdida), y ya tengo fecha para empezar. Motivada (cagadita) y a por todas.

A ver, hay miedos con los que uno puede vivir, no necesitas enfrentarlos para seguir con tu vida. Por ejemplo, si te dan pánico las montañas rusas, puedes vivir con ello(por lo menos en mi caso). No hay necesidad de pasarlo mal. No condiciona tu vida. Pero cuando sientes que esa emoción te corta las alas....hay que hacer algo. Lo más difícil es levantar el pie para dar el primer paso. Pero la valentía se nos ha dado a todos, aunque a veces creamos o nos hayan hecho creer que no la tenemos. Atención!!!(señales luminosas) La valentía no es la ausencia de miedo sino ser capaz de hacer las cosas a pesar de él y su mirada y sonrisa socarronas. Mi psicóloga le explicaba a mi hijo que el miedo es como una tomatera. Cuanto más la riegas más crece y más tomates (más temores) tiene. ¿Alguien más en la sala con tomates de dos kilos en la tomatera?
Mejor reguémosla menos...yo creo que con unos cuantos "cherris" tenemos suficiente...

Calvin 
Calvin & Hobbes de Bill Waterson


miércoles, 5 de junio de 2019

CUANDO LA PREADOLESCENCIA LLEGA ASÍ, DE ESA MANERA...

Buenas a tod@s!

Pues sí amigos míos, sospecho que la preadolescencia ha entrado en este nuestro hogar y mucho me temo que ha llegado para quedarse....
De repente ves a tu hijo protestando de una manera que no es la de siempre.Y lo diferente no es que proteste, no...si algo caracteriza a mi querido heredero desde el principio de los tiempos es su capacidad de protestar absolutamente por TODO. Lo diferente es el tono, los gestos, las maneras...todo es aún más intenso si cabe. Hemos empezado un poco pronto pero qué le vamos a hacer.

Siempre había dicho que vivir con mi hijo es como vivir con el Dr. Jekyll. Nunca sabes si aparecerá este último o Mr. Hyde. Pasamos del niño lapa amoroso al interfecto que exige libertad (a lo William Wallace en "Brave heart"), o un móvil o un pantalón corto porque se muere de calor en pleno marzo.
Tengo en mi casa el volcán Kilauea repleto de Mentos a punto de la efervescencia fatal.
Necesito urgentemente darle la vuelta y aprender a gestionar esos momentos álgidos en que nuestras emociones nos secuestran sin contemplaciones. Para quien no lo sepa, en nuestro cerebro tenemos a  la amígdala.  Está diseñada con el fin de alertar a ciertas partes de nuestro cuerpo para que actúen ante un peligro inminente. Para ello, ralentiza o detiene otras funciones como por ejemplo el pensamiento racional, que podría interferir en nuestro mecanismo de lucha o huida ante un peligro. Total , que empuja al cuerpo directamente a la acción sin pensar. Esto, en los tiempos en que el hombre podía encontrarse con un dientes de sable estaba muy bien, o actualmente delante de un peligro real. El problema es que se activa con relativa facilidad...por lo menos en mi caso. Creo que reconoce a mi hijo preadolescente y contestatario como aquel dientes de sable y mi pensamiento racional se va literalmente al cuerno. Y creo que algo similar le pasa a él.....¿conclusión? Tercera guerra mundial en explosión. A veces consigo contar hasta 10 (esperando que mi pensamiento racional se vuelva a conectar) o beber un poco de agua.....pero en otros momentos, la mecha es corta y exploto más rápido de lo que quisiera con el consiguiente malestar posterior. Y es que, cuando la preadolescencia entra por la puerta, a menudo la paciencia salta por la ventana.

Cuando se le tuerce el gesto mi amígdala se pone en marcha. Me imagino en mi cabeza una sirena girando a todo trapo y una voz por megafonía diciendo: "Peligro inminente, peligro inminente". Yo intento respirar hondo pero cuando ha pasado media hora respirando hondo, algo debe fallar, hiperventilo y....BOOM. Lo reconozco Aún no he conseguido pasar de puntillas al lado de mi amígdala para que no se despierte. Pero es un reto que quiero conseguir.

Hoy he decidido que mi hijo no es solo ese William Wallace, ese Chuky o ese Mr. Hyde. No quiero verlo solo con la nueva etiqueta de "Atención, material explosivo". Como sea QUIERO encontrar el sentido del humor para llevar esta nueva etapa de la manera más digna y pedagógica posible para que aprendamos todos de ella y no solo sobrevivamos.

Evidentemente, ya me estoy leyendo algún libro al respecto. Para quien pueda interesar: "Tormenta cerebral" de Daniel J. Siegel, y tengo en cola "Quiéreme cuando menos lo merezca porque es cuando más lo necesito" de Jaume Funes y "30 manaments per tractar amb adolescents" de Juanjo Fernández Sola. Sin prisa pero sin pausa.

Ya sabéis que tengo la costumbre de buscar ideas en los libros.  Algo encontraré que nos sirva a nosotros como padres y podamos ayudarlo a él en ese huracán de cambios.
Pero sobre todo, QUIERO recordar que ante todo sigue siendo mi hijo, al que quiero como la trucha al mero,  aunque a ratos nos caigamos fatal.

Ilustración de Agustina Guerrero. La volátil.